Una mirada a las transiciones de poder desde la historia de Asia Oriental
Xinru Ma y David Kang ahondan en las lagunas de las teorías eurocéntricas de las transiciones de poder y ofrecen herramientas conceptuales clave sobre cómo evitar un conflicto entre superpotencias.
Por Ferran Perez Mena – Universidad de Durham
En el contexto geopolítico actual, marcado por nuevas rivalidades, el concepto de “transición de poder” se ha convertido en una idea clave para entender las grandes transformaciones que está experimentando el sistema internacional, especialmente desde el auge de China. Una transición de poder puede definirse como un fenómeno y proceso político en el que una potencia emergente desplaza a una potencia hegemónica del centro del sistema internacional, convirtiéndose en la nueva potencia hegemónica. Por lo tanto, las transiciones de poder suelen estar vinculadas a cambios estructurales dentro del sistema internacional.
En la actualidad, al hablar de la relación entre Estados Unidos y China, uno de los conceptos que suele surgir es el de la “Trampa de Tucídides”. Esta analogía histórica, empleada por Graham Allison en 2017 en su influyente libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’ Trap?, busca explicar el estado actual de las relaciones sino-estadounidenses. Según Allison, ambos países se encuentran en medio de una transición de poder que podría desencadenar un conflicto militar, debido al supuesto revisionismo de China, la potencia emergente.
Los teóricos clásicos de las transiciones de poder, como Organski, Kugler o Gilpin, sostienen que estas se producen debido a dos factores principales: por un lado, la existencia de una potencia emergente capaz de alcanzar el poder de una potencia hegemónica; por otro, la insatisfacción de la potencia emergente con el orden existente. Estos elementos estructurales llevan a la potencia emergente a promover un conflicto militar para arrebatar la hegemonía de la potencia establecida. Sin embargo, en la reseña publicada en diciembre de 2024, señalamos algunas lagunas en este tipo de teorías, especialmente en lo que respecta al debate sobre el revisionismo. En su nuevo libro Beyond Power Transitions: Lessons of East Asian History and the Future of U.S. and China Relations, Xinru Ma (Stanford) y David Kang (Universidad del Sur de California) argumentan que, para comprender lo que nos depara el futuro, debemos estudiar las diversas transiciones de poder que ocurrieron en Asia Oriental, desde la dinastía Han hasta la llegada de los europeos a finales del siglo XIX.
¿Por qué es importante para Ma y Kang estudiar la historia de Asia Oriental? Los autores sostienen que la literatura predominante sobre las transiciones de poder es, en esencia, eurocéntrica. Esto significa que dicha literatura se basa principalmente en el estudio de la historia militar y diplomática de la experiencia europea, desde la antigua Grecia hasta la época moderna. El problema del eurocentrismo, según Ma y Kang, es que impide comprender las dinámicas específicas que configuraron las transiciones de poder en Asia Oriental. Según ellos, en Asia Oriental las transiciones de poder no siguieron la misma lógica que las observadas en Europa.
Los autores identifican dos elementos clave que han configurado las transiciones de poder en Asia Oriental. El primero de estos elementos es la existencia de “conjeturas comunes” entre las diversas entidades políticas de la región. Estas conjeturas funcionaban como marcos de referencia compartidos que guiaban los “cálculos estratégicos y las creencias comunes” de las polities al momento de interactuar entre sí. Kang y Ma sostienen, por ejemplo, que si dos estados “aceptan sus respectivas posiciones relativas y capacidades, a pesar de las diferencias en recursos materiales y militares”, estos pueden establecer una relación de coexistencia pacífica. A diferencia de las perspectivas estructuralistas eurocéntricas sobre las transiciones de poder, que se enfocan en el poder de los Estados como el factor determinante de la estabilidad y el conflicto, Kang y Ma argumentan que, en el contexto de Asia Oriental, la estabilidad se derivaba de la existencia de normas y valores compartidos, a pesar de las asimetrías de poder. El conflicto entre polities surgía cuando estas “conjeturas comunes” dejaban de operar. En otras palabras, el conflicto no emergía a partir de rupturas o diferencias materiales, sino sociales.
En segundo lugar, Ma y Kang argumentan que las transiciones de poder en Asia Oriental no fueron provocadas por potencias emergentes insatisfechas con el orden jerárquico regional. A diferencia de la experiencia europea, sostienen que estas transiciones fueron el resultado de conflictos internos e inestabilidad doméstica, los cuales contribuyeron al colapso de diversas dinastías. Los autores analizan 20 transiciones de poder en la China imperial, Japón, Corea y Vietnam, y muestran que solo 5 de ellas fueron causadas por factores externos. Un ejemplo de esto es la caída de la dinastía Song tras la invasión mongola en 1279. Las otras 15 transiciones de poder en Asia Oriental fueron el producto de rebeliones, guerras civiles y malas decisiones políticas. Además, Ma y Kang sostienen que, históricamente, los líderes chinos estuvieron más enfocados en proteger el orden interno que en expandirse más allá de sus fronteras. Este hallazgo tiene importantes implicaciones para comprender la China moderna.
En la última parte del libro, los autores reflexionan sobre estos elementos para abordar el auge de la China contemporánea. Ma y Kang sostienen que China ha logrado completar una transición de poder regional pacífica en los últimos años. Esto se debe, en parte, a que Japón no declaró la guerra a China en la década de 1980 y a que, además, Japón tuvo que hacer frente a una crisis económica interna, conocida como la ‘Generación Perdida’. Estos factores cuestionan la validez de la teoría dominante de las transiciones de poder. Sin embargo, al estudiar la relación entre China y Estados Unidos, una de las preguntas clave que debemos plantearnos es si ambos países serán capaces de encontrar una “conjetura común” para estabilizar sus relaciones diplomáticas y evitar un conflicto militar con consecuencias devastadoras. Uno de los problemas es que, siguiendo la lógica culturalista y de ‘path dependency’ de Kang y Ma, se puede llegar a la conclusión de que resulta difícil que ambos Estados encuentren esa “conjetura común”, dado que parten de posiciones culturales y sociales profundamente diferentes. Al fin y al cabo, más allá de los conceptos geoestratégicos de Estados Unidos, como ‘Asia-Pacífico’ o ‘Indo-Pacífico’, que se utilizan para legitimar a Estados Unidos como una potencia asiática, la realidad es que, históricamente, Estados Unidos ha sido una potencia externa a la región.
Otro desafío explicativo radica en la relación entre el desarrollo interno y externo de China. Aunque aceptemos la hipótesis de que el foco estratégico del gobierno chino se centra en la estabilidad interna, en los últimos años hemos observado cómo el desarrollo político y económico doméstico ha impulsado al gobierno a proyectar su influencia hacia el exterior. Es decir, existen elementos estructurales dentro del Estado chino que lo impulsan a mantener su estabilidad interna a través de una política exterior activa, cuyos efectos se extienden más allá de sus fronteras. Por ejemplo, la transformación del modelo económico que el gobierno chino busca implementar no puede llevarse a cabo sin una política exterior que garantice la apertura internacional y el acceso a recursos clave, como las materias primas del Sur Global. Además, el gobierno chino ha gestionado crisis económicas internas mediante la externalización de sus empresas estatales y la expansión de ciertos aspectos de su modelo de desarrollo. Un ejemplo claro de esto es la promoción de la Iniciativa de la Ruta de la Seda, que busca abordar problemas internos como la sobreproducción. Sin embargo, aunque estas políticas estén orientadas a generar estabilidad interna, a menudo son interpretadas por otros actores internacionales como un intento asertivo de China por consolidar una hegemonía regional o, incluso, por desafiar la hegemonía estadounidense.
En conclusión, el libro de Kang y Ma constituye, sin lugar a dudas, una aportación significativa para cuestionar los pilares eurocéntricos de la teoría de las transiciones de poder. Sin embargo, aplicar aspectos de la historia pre-moderna asiática para analizar la geopolítica actual presenta ciertas limitaciones analíticas.
Paradójicamente, más allá de su valiosa contribución histórica, el libro ofrece herramientas conceptuales clave que nos invitan a reflexionar sobre cómo evitar el conflicto militar entre grandes potencias. La realidad es que la existencia de una “conjetura común” entre las polities asiáticas permitió largos periodos de paz en la región. En este sentido, Giovanni Arrighi nos habló de periodos cercanos a los 500 años de paz en Asia, mientras que Europa estuvo inmersa en un estado constante de guerra. Por su parte, Karl Polanyi señaló que los “cien años de paz” (1815-1914) tras las guerras napoleónicas fueron “un fenómeno inaudito en los anales de la civilización occidental”. Por ello, más allá de los debates historiográficos sobre la aplicación del pasado para entender el presente o la necesidad de historicizar el presente para afrontar el futuro, resulta crucial replantearnos cómo podríamos desarrollar una “conjetura común” global que transcienda las diferencias sociales, culturales y militares que separan a las grandes potencias, con el objetivo de fomentar otra “paz de 500 años”. Algunos de los ingredientes necesarios para ello podrían encontrarse en la historia asiática que presentan Ma y Kang. Tal vez, al igual que lo hicieron las polities asiáticas durante siglos, los estados actuales podrían enfocarse más en lo doméstico y en ordenar y estabilizar sus sociedades desiguales y polarizadas. Sería un buen inicio para afrontar el actual “desorden global”.